Me gusta pensar que escribimos sobre lo
que nos gusta, pero en verdad escribimos sobre lo que nos duele. Nadie está
seguro sobre qué le duele, a veces nos falta el aire, y pensamos que son los
pulmones, después pensamos que es el estómago, porque sin aire es el estómago
el que se presiona, pero la verdad es que tampoco. Entonces nos damos cuenta de
que lo que en verdad nos duele es el alma. Pero cuando duele el alma, nadie
sabe qué tiene. Es más, pocos tienen consciencia del alma cuando arde como piel
quemada y no encontramos agua fría que la calme. Sólo no podemos conciliar el
sueño, pero no entendemos que eso que tenemos es un ardor infinito.
Escribir es de alguna forma construir con
tabiques frágiles que nos pasan cerca y en vez de esquivar, tomamos firmemente
y los ponemos sobre una estructura que no estamos seguros si cuajará.
Yo escribo también sobre lo que me
sorprende, sobre lo que me hace soñar, sobre aquello que me inspira para
seguir, para iniciar o para terminar. Lo que inspira puede ser cualquier cosa
con vida propia, que toma sus decisiones, que camina con paso firme, que por
momentos duda y que se encuentra a sí mismo. Lo que sorprende es una fuerza
grande que invita a soñar. Escribir sobre ideas que pasan y que es menester
aterrizar, colgarse de ello y atarlo al piso por un momento. No es fácil hacer
una fotografía de lo que no se ve, por ello es importante describirlo con todo
el detalle, ponerle colores, formas, apellidos, texturas y aliento.
No estoy seguro de cómo es que otros
eligen sus temas, pero estoy seguro de que algo tiene que ver, también, con
denuncia. Con dejar ver lo que no se ve, con despertar, con jalonear al otro
para que mire esa estrella fugaz que nosotros descubrimos. Hay ideas tan buenas
que no son para uno solo, hay una fuerza
que bajo presión nos empuja desde adentro para dejar a otros mirar desde
nuestros ojos.
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